Voy a
confesar lo que pasa cuando no estás. Pensarás que hago cosas muy extrañas y
que me autoproclamo la reina del minihogar. La verdad es que soy un desastre.
El cálculo me falla. Por ejemplo, el jugo que preparé esta mañana me salió para
dos. Para el almuerzo me quedaron tres porciones, la tuya, la mía y tu
repetición. Y ni te cuento que preparé como un litro de nuestro café vietnamita
solo para mí. Por suerte todavía sé reírme sola.
No, no hago
cosas tan extrañas cuando no estás. No bailo en pijama y la verdad es que
pierde la gracia cambiarle la letra a las canciones cuando me baño. Si canto lo
hago en tonos normales y no en ese agudo chillón que uso para perturbar tus
tímpanos. No me lo vas a creer, me salen bien los jingles de los comerciales, y
no se me confunden los refranes. Tampoco me invento formas de cara cuando sirvo
el desayuno en el plato. Además, ya soy experta en que me combine la primera
pinta y no dudo tanto qué aretes ponerme. Al parecer me vuelvo un poco normal.
Te acuerdas
todo lo que insistí para que yo durmiera en el lado izquierdo de la cama? O lo
mucho que me reclamas cuando duermo como Superman atravesada en diagonal? Pues
bueno, contrario a lo que te imaginarías, duermo en tu lado, me arruncho con
las cuatro almohadas en el lado derecho y me envuelvo en las cobijas como una
momia. Te extraño.
Eso sí, no
prendo el televisor, sigue pareciéndome demasiado aburrido, no entiendo como lo
soportas. Por el contrario tengo planeado unos planes macabros. Netflix y YouTube
serán mis principales aliados. También me actualizaré en películas infantiles y
esas francesitas que tanto criticas. Retomaré el blog que hasta yo había
olvidado… y en una de esas, hasta de pronto, termine haciéndome las uñas.