8.03.2008

Acostado en su cuarto, dando vueltas en la cama, sus manos apretadas en forma de puño, su frente sudaba. Por la ventana entraba esa luz tenue de una luna que se escondía por entre el rojizo de la noche cuando llueve, luz que alumbraba las lágrimas que se asomaban de sus ojos, y el frío que se colaba por esa misma ventana hacía de su nuca el lugar mas frío del universo.

Acostado en su cuarto, dando vueltas en la cama, buscaba calor en las inútiles cobijas pesadas que lo cubrían, que le recordaban con intensidad su soledad. Los recuerdos venían a su mente cada vez que intentaba caer en sueño, al abrir los ojos su mirada se clavaba en el marco de un portarretrato negro, retrato que lo hacia suspirar pero que lo llenaba de miedo al imaginar qué sería de ella en su nueva vida, al otro lado del mar.

En medio de una mezcla de ahogo y suspiro este hombre quedó sentado al imaginarla inocente, presa de la tristeza emanada de los recuerdos, débil e incapaz de vivir sin el amor que él le daba, frágil frente a su nostalgia, borracha de lagrimas que derramaba cada vez que sentía la ausencia de él.

Sentado y sin salida, a mitad de la noche, intentaba esfumar la imagen de ella con el humo que dejaba salir de su boca, tomó papel y lápiz pero sus ideas confusas dejaron la hoja en blanco. Salió a caminar por las calles mojadas y frías de la ciudad donde ya no estaba “tu luz”, recorrió los sitios testigos de abrazos, sonrisas, besos y caricias, recuerdos lindos iban y venían, pero en cada esquina doblegaba su cabeza al sentir que por él ella ahora estaría sufriendo la partida.

Se sintió desgraciado, quiso retroceder el tiempo, tenerla amarrada a sus manos, encontrarse perdido en sus abrazos, sentir sus labios, pero lo único que encontró fue una cabina de teléfono que le enfatizaba que lo único que quedaba entre los dos era distancia. No la llamó, caminó hacia su casa, el sol ya daba la cara… Al entrar a su casa fue en busca del celular que había olvidado en su mesa de noche, tenía un mensaje de voz…


“Hola, soy yo, se que debes estar dormido, es la madrugada allá, acá todavía es media noche… no puedo dormir… los recuerdos me levantan, siento frío en mi nuca… siento miedo al pensarte… soy feliz con tus recuerdos pero… tu, tu se fuerte por favor, no me gusta pensarte triste, animo, no seas frágil… sigue adelante… te quiero”


… tomó el papel y el lápiz y escribió

“mi única fragilidad era imaginarte frágil, me alegra que estés bien, yo también te quiero”.

Puso la estampilla y corrió al buzón de su cuadra, envió el papel, y de vuelta a la cama, observó de nuevo el portarretrato negro, sonrió y tranquilamente durmió.