- No me pidan que me calle, tengo rabia!- y en un ataque de ira tiró sus libros a la caneca!. Ella dio cuenta que la academia se había convertido en tan sólo un asunto de apariencia, amiga fiel y perfecta cómplice de la mediocridad. -No me pidan que me calle, tengo mucha rabia!!!- repitió… y en ese instante de amargura y desesperación escupió una serie de argumentos que nunca fueron escuchados, claro, siempre fue más importante una sonrisa grande, una buena oratoria, y por supuesto, la imagen impecable. -No me pidan que me calme, ¿qué no entienden que tengo rabia?-... gritó a sus colegas, que tal como marionetas clamaron pos su paciencia, ignorancia y prudencia.
Cansada, agotada y con unas ojeras que hacían ver su cara verde, se sentó en una esquina, y con la ilusión de tener un cigarrillo en su mano que la calmara, logró llorar, largo y tendido en el transcurso de un minuto, que para ella significaba una hora.
En su vida muchos sentidos se habían perdido, muchas de sus cualidades se veían seriamente deterioradas, y sus ganas venían siendo constantemente frenadas. Ya no se encontraba una razón, una motivación, el mundo que se hacía cada vez mas claro le parecía aún más complejo. Para ella lo más aterrador de todo era tener la certeza que no había nadie que la levantara, la animara, la entendiera, o por lo menos supiera escucharla. En ese momento le atormentó idea de una carrera perdida, no por la falta de argumentos propuestos, sino por esa actitud irrelevante que acompañaba a las personas que con ella compartían el recinto. Se atemorizó al imaginar un futuro donde ella fuera como los demás, y no encontrara nunca la sensación de seguridad a la hora de concluir sus ideas. Se entristeció al ver que en realidad siempre había estado sola en la lucha contra la mediocridad, la lucha que implicaba la evolución que ella tanto anhelaba. Sintió asco al ver que en el mundo la apariencia era más importantes que los pensamientos, y que por alguna extraña razón los actos raramente correspondían a los pensamientos. Sintió vergüenza de su entorno, de la falta de consecuencia, de la falta de coherencia, de la falta de cojones, del poco peso… de su entorno completo!
Pasado aquel minuto de lágrimas, se levantó, y tratando de mantener el equilibrio y la frente en alto se vio obligada a inclinar su cuerpo, toser, y dejar salir todo aquello que del entorno había venido adquiriendo. Era evidente que en muchas ocasiones ella había sido victima de la peor indigestión que un estudiante puede tener, parecerse al resto!
Después de esto, pudo mantener sus dos pies en la tierra, y así mantener en alto su cabeza. Con rabia pero tranquila emprendió el viaje que la llevó de vuelta a su casa. En el momento de poner su cabeza en la almohada sonrió al darse cuenta que los libros no estaban en la caneca, estaban todos procesados en su actitud y firmeza.
NDV